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Terenci y un rancio augusto

Miquel Escudero

En 1999, trece años justos después de obtener el premio Planeta, un ‘consagrado’ Terenci Moix publicó el artículo 'La costosa dictablanda de Pujol'; un título elocuente. Estos días, ha caído de rebote en mis manos y no puedo por menos que referirme a él. Lo publicó ‘El País’, dirigido entonces por el periodista guipuzcoano Jesús Ceberio.


Sin pelos en la lengua, Terenci ironizaba sobre los “ramalazos de totalitarismo” que se le escapaban al ‘Augusto’; “pese a sus apariencias de simpático tendero”, “amante de la pompa” y un “autobombo insultante”. Los partidarios del exhonorable, aupados a un poder de apariencia imparable, “saben cómo servir a la ortodoxia pujolista agrediendo a sus contrarios con anatemas que degeneran en el ninguneo sistemático, cuando no en la persecución”.


El bueno de Terenci Moix no exageraba en absoluto. El tiempo le ha dado más razón, si cabe. Desde entonces, hace veinte años, no ha dejado de crecer la altanería nacionalista y el acoso a los disidentes, incluso a los tibios; con socialistas y populares mirando a otro lado, cuando les convenía a su cortoplacismo.


Proseguía el escritor barcelonés: “como resultado de sus críticas, la oposición fue tachada de anticatalana. Que no sé si es lo mismo que antipujolista; pero, la verdad, averiguarlo ya no me quita el sueño”.


A Terenci le quedaban tres años y medio de vida, pero había desistido a enredarse en logomaquias, como muestra esa última frase donde tira la toalla (ante la continuada táctica de “identificar a Cataluña con su linda persona”).


Felipe González había dejado La Moncloa en 1996, donde se había instalado José María Aznar (orgulloso de su Pacto del Majestic).


Me parece que para Terenci, lo peor era comprobar la inutilidad de oponerse al pujolismo y a lo que de él se derivara: “vivimos en los dominios de un silencio concertado. Pujolandia se convierte en una vasta congregación de mudos”. Y seguía: “Pujol no controla únicamente TV3, la televisión de Catalunya, donde aparece con la misma, descarada, asiduidad que lo hacía Franco en el legendario No-Do”; el control de los medios de comunicación, prensa y radio, era asfixiante y “siempre con el dinero del contribuyente y sin abandonar nunca el demagógico mensaje de que todo se hace por la patria”. Dicho en 1999.

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