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​Buero "era una buena persona"

Miquel Escudero

Antonio buero vallejo


Nacido en 1916 y en la Alcarria, Antonio Buero Vallejo ha sido un importante autor teatral. Al igual que Salvador Espriu, fue propuesto en varias ocasiones como premio Nobel de literatura; dejadme deciros que en 1984 se solicitó para J.V. Foix ese galardón desde… el Parlament de Cataluña (una petición fuera de lugar, impropia de una institución política que se respete). Al acabar la Guerra Civil, Buero estuvo esperando durante ocho meses que le aplicaran su condena a muerte, pero tras pasar seis años en la cárcel volvió a casa. En 1940 dibujó en el presidio de Benicasim un retrato del poeta Miguel Hernández que ha perdurado; en 1933, Buero había comenzado estudios de Bellas Artes, pero luego viró hacia la obra literaria.


Fallecido en 2000, Buero era parsimonioso y de hablar lento y pausado, un hombre doliente y reflexivo. No se veía a sí mismo como una persona amargada, pero se sentía muy preocupado por los aspectos negativos de la vida y, a pesar de todo, afirmaba estar radicalmente esperanzado. En una de sus piezas teatrales se dice: “no sólo debemos intentar la mejora del mundo con nuestra ciencia, sino con nuestra vergüenza”. ¿Qué os parece, qué quería decir?


En su papel de escritor, estimaba que había que llevar a comprender que la vida es una cosa muy seria y muy inquietante. Y Patricia, personaje de ‘Las trampas del azar’, sentencia: “Estoy pensando en que de poco sirve intentar el arreglo de este mundo atroz si a la vez no aprendemos a ver claro en nosotros mismos”. Por esto, el escritor alcarreño declaraba admirar la hombría de bien y el amor a la verdad. Creía que los hombres no dan la talla de la humanidad potencial que llevan dentro y que el trabajo llevado a cabo con interés personal podría rehumanizarlos.


En ‘El tragaluz’ se podría oír que debemos continuar la tarea imposible de “rescatar la noche, árbol por árbol y rama por rama, el bosque infinito de nuestros hermanos”. Buero Vallejo, que había vivido de silencios, negándose a mentir, haciéndose cargo de la tristeza de una España cerrada y temerosa, declaró al final de su vida que le gustaría que en su epitafio se pudiera grabar con veracidad la siguiente frase: ‘era una buena persona’. ¿A qué cosa mejor se puede aspirar?, vino a decir. Ojalá todos tuviéramos esta ambición. ¿No os parece?

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