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​Dignidad y respeto para las personas mayores

Carmen P. Flores
Directora de Pressdigital

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Cuando las personas se ven obligadas a dejar en una residencia a sus padres, tíos, abuelos u otros familiares, el 90% lo hacen por necesidad, para que estén cuidados convenientemente porque la gran mayoría de ellos sufren algún tipo de demencia, o enfermedad que necesita cuidados que solo los profesionales pueden darles. No es un capricho, es una necesidad que se hace muy a pesar de ellos. No los dejan tirados, los visitan con asiduidad, se preocupan de ellos y de las condiciones en las que están en los centros.



Mayores




Con la llegada de la pandemia del coronavirus, son precisamente las personas mayores las que se han visto más desprotegidas por parte de los distintos gobiernos, incluso  los ayuntamientos, algunos de los cuales, sus alcaldes han alegado que no era competencia municipal. ¿La salud de sus conciudadanos no es competencia de sus alcaldes?. Las competencias, en casos extremos, se las toma uno, sin pedir permiso a nadie. La salud y el bienestar de la gente es una obligación de todas las instituciones, pero, sobre todo, de la institución más cercana que son los ayuntamientos. Tienen la obligación moral de liderar las reclamaciones a las instituciones que les correspondan y no dejar durante más de un mes, a sus ciudadanos/ a merced de una pandemia que se ha llevado a tantas personas por delante. No es de recibo que muchos de esos alcaldes/as se hayan quedado parados esperando a que alguien les resuelva el problema.


El control de las residencias debería ser una prioridad de los que gobiernan. En ellas se encuentra una generación de personas que lo ha pasado muy mal y que ha contribuido con su trabajo, esfuerzo y sacrifico a levantar este país, muchos reconocen ese trabajo, los admiran y respetan. Ese sacrificio que la mayoría valoramos, no está siendo recompensada ahora, quizás porque ser mayor, es un defecto grave y sus derechos son pisoteados, como si el tiempo se hubiera detenido hace años.


Nuestros mayores se están muriendo, no por su edad que sería lo normal, sino porque un virus asesino les ha retado en su última batalla y se ha llevado por delante la vida de 4.000 de ellos. Lo grave del asunto es que nadie se le había ocurrido que esto podía suceder: la previsión, el adelantarse a los acontecimientos es la mejor arma para poder acometer estas situaciones, por muy desconocida que sea. Nuestros mayores se están muriendo en la más triste soledad, sin despedirse de sus familiares, sin poder escuchar unas palabras de consuelo en ese último viaje sin retorno.


Después de que haya pasado la pandemia, que pasará, será hora de conocer realmente el número de personas mayores que han fallecido por el coronavirus, de buscar a los responsables de que no hayan sido atendido como se merecen y de cambiar el chip. Los mayores no son trastos viejos a los que les quedan poco tiempo de vida, son personas que han contribuido mucho al progreso de 

la sociedad y lo menos que se merece es vivir los días que les queden con dignidad, atención médica y cariño.  


“Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara”, escribía Michel de Montaigne

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