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Bruselas, la independencia y su Manneken

Carmen P. Flores
Directora de Pressdigital

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Manneken pis


Bruselas la capital de Europa donde se encuentran las sedes de las instituciones Europeas más importantes es una ciudad triste que vive a consta del resto de Europa. Su gobierno mira por encima del hombro a algunos países miembros de la unión, sobre todo los países del sur. Tienen un cierto complejo de superioridad y las críticas las toleran bastante mal. Bruselas es una ciudad donde la mayoría de sus habitantes, aparte de peseteros son tremendamente sosos.


Quiero contar un suceso que me ocurrió en el aeropuerto de Bruselas. Una semana antes de la reapertura de la terminal de salida -después del sangriento atentado del que fue objeto- un pequeño grupo de periodistas realizamos una visita al Parlamento Europeo. Nos indicaron que a la vuelta estuviéramos con tiempo en el aeropuerto dado que las medidas de seguridad, como consecuencia del atentado, eran extremas. El grupo estuvimos haciendo cola algo más de dos horas. Todo muy lento y bastante caótico. Nos hicieron pasar por dos arcos de seguridad. Viendo que al ritmo que llevaban los controles, íbamos a perder el avión, y que no había previsto situaciones como esta, me dirigí a una trabajadora para expresarle nuestra preocupación porque no habían habilitado una cola para las personas cuyos vuelos tenían la salida inmediata. No había manera de razonar con ella. Algunas personas, nos dejaron pasar. Pero cuál fue nuestra sorpresa que a una compañera y a mí, decidieron cachearnos, mejor dicho, nos hicieron un magreo de mucho cuidado. Hasta reconozco que le di un manotazo a la persona de seguridad que efectuaba el "toqueteo" y le dije alguna cosa en español, que no ella no entendía. Fue realmente denigrante y nos sentimos impotentes. Con todo ello, la realidad fue que perdimos el avión, la otra compañera y yo, el resto a los que no cachearon, salieron corriendo y ocuparon sus asientos rumbo a Barcelona.


La azafata de tierra, de la compañía Ryanair, pese a que el avión seguía en tierra, muy cerca de donde estábamos nosotros, no quiso atender nuestras peticiones y más o menos que nos envió a freír puñetas y nos dejaron en tierra.


Intentamos buscar la oficina de la compañía, no había ninguna. Una persona portuguesa que estaba allí muy amablemente nos acompañó a un mostrador para ver si podíamos coger otro vuelo. El empleado con cara de estúpido nos dijo que había un vuelo para dentro de dos días, se encogió de hombros y nos miró con cierto desprecio al comprobar que éramos españoles. No me pude callar y le solté unas cuantas, en español, catalán, y gallego, en francés no quise. Total que al final, para ir abreviando, la vuelta nos la tuvieron que arreglar desde Barcelona, con un precio de billete de 300 euros cada uno, y salir a las 10 y pico de la noche. Fueron siete interminables horas en el aeropuerto de Bruselas, la capital de Europa, la moderna, la inteligente. Si esto hubiera pasado en cualquier aeropuerto español, nos hubieran llamados tercermundistas, pero los belgas son muy europeos y del norte.


Me dije que eso no quedaría así. Al día siguiente, le escribí al embajador belga, explicándole la odisea vivida y le pedía dos cosas: que nos pidieran disculpas los responsables del aeropuerto por el trato vejatorio recibido y que nos abonarán el importe de los dos billetes. Viendo que no había respuesta, volví a enviarle el mismo correo. Una semana después me respondió diciendo que haría algunas gestiones para averiguar lo que había sucedido. 


Pasaron dos semanas más sin respuesta y le envié un tercer correo diciéndole que estaba esperando una respuesta y el cumplimiento de los dos puntos que le había pedido y que pensaba que tanto Bruselas capital de Europa, pero que había sido tercermundista lo que nos había sucedido. Ante tal afirmación me llamó el embajador, bastante molesto por llamarles tercermundistas. Después de una larga conversación, me explicó que no tenían ninguna ascendencia sobre la dirección del aeropuerto y que la embajada no nos iba a pagar los billetes. Pero que de todas maneras, intentaría volver hablar con ellos y que me diría algo. Hasta el día de hoy. Silencio diplomático, eso sí muy belga.


Al escuchar hace unos meses al gobierno belga que hay separación de poderes, por el tema de los políticos catalanes huidos, y que no tenía ascendencia sobre la justicia, la verdad es que me vino a la cabeza el incidente vivido hace dos años, y del que no tenía la intención de hablar. 


La constatación de lo que son los belgas, me lo ha recordado las palabras del impresentable Joan María Piqué Fernández , el ínclito jefe de prensa de Artur Mas, ahora del huido Puigdemont, cuando en Twitter habla de las buenas relaciones que los huidos tienen con el Ministerio de Interior, aunque después ha reculado ante su indiscreción. Sufre de incontinencia verbal con fiebre supremacista.


Igual se piensan que todos ellos son el Manneken y que al reto de europeos se les puede mear encima.



Artículo original publicado en catalunyapress.es

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