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Javier Marías: calmar y callar

Miquel Escudero

Este novelista que pocos de vosotros conocéis –disculpadme, si os molesta que os lo diga, pero es así- está traducido a más de treinta idiomas y lleva vendidos por todo el mundo varios millones de ejemplares de sus libros. Hace años que escribe un artículo en la prensa dominical. Traigo aquí ‘Aquella mitad de mi tiempo’, una antología de sus escritos retrospectivos. Daremos cuenta hoy de algunas de las cosas que ahí aparecen y que nos dan cierta idea de lo que Javier Marías busca salvar pues le concede valor especial.


Así, de pasada, considera dos cualidades que recuerda vivamente en un lejano compañero del colegio y que para él resultan saberes inapreciables. Se trata de calmar y callar. De sus recuerdos infantiles extrae el modelo de adulto que cada uno logró, pues “el adulto que somos estaba ya contenido en el niño que fuimos”.


Marías que propende a ser una persona airada y justiciera, presenta, según Sarah Fay -una periodista que le entrevistó durante seis tardes-, “un delicado equilibrio de cualidades opuestas: alternativamente hombre de mundo y ermitaño; sociable y reservado; ceremonioso y del todo desenfadado”. Amigo de sus amigos y generoso, puede ser con los otros inusitadamente hosco y cortante, pero en su peculiar termostato elabora un párrafo como éste:


“no hay que ensañarse, ni con los malvados, con los cuales cabe ser clemente si se logra derrotarlos; al enemigo hay que ofrecerle salida cuando depone las armas y ya no encierra peligro”.


La hostilidad, por consiguiente, tiene límites y nadie sonríe como quien conoce el dolor. “Deberíamos estar más acostumbrados a quitar hierro a todo, a todo lo que nos sucede”. Marías procura zafarse del ‘disfraz de escritor’ (una actividad que le ha dado a conocer) e intenta, cuando se tercia, darse a conocer como una persona corriente; un buen ejemplo a seguir, andamos “buena parte de la vida metidos en disfraces, jugando a ser otros, quizá… lo más divertido que se haya inventado”.


Lamenta que a menudo quienes opinan (o a quienes se les pida un parecer) no digan “no sé, no lo he pensado lo suficiente” o “todavía no me he formado una opinión”. Este hombre, que ha reconocido que “debí de ser un tremendo engreído”, fatuo y altivo, ha podido presentar a cuanto le padecieron sus disculpas retrospectivas por escrito. 


Artículo original publicado catalunyapress.es.

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