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Edadismo

Genís Carrasco
Médico y escritor

La única diputada del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, ha criticado a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, definiéndola como una "entrañable abuela" de la que se descubrirá que "compra las magdalenas en un supermercado". Más allá de que la anécdota refleja la baja altura moral de la diputada, declaraciones de este tipo muestran un tipo de discriminación que a menudo pasa desapercibida pero que socialmente es tan grave como la que sufren las mujeres o los inmigrantes sin papeles.


Tercera edad sabadell


Esta discriminación por la edad o "edadismo" es poco conocida pero afecta a millones de personas en sus vidas cotidianas. El término fue acuñado por el psiquiatra Robert Butler en 1968 para referirse a la discriminación de las personas mayores, basada en prejuicios y estereotipos sociales respecto a la edad avanzada. Es un problema generalizado en las sociedades occidentales que en nuestro país afecta a cerca de un 30% de las personas mayores, un porcentaje comparable al sexismo o al racismo, las otras dos grandes discriminaciones de nuestra Sociedad.


Una sociedad que no reconoce el talento de las personas mayores es una sociedad gravemente enferma. Y la nuestra manifiesta, cada vez más, los síntomas de la enfermedad del individualismo y la insolidaridad a menudo bien patentes en la vida cotidiana al excluir a las personas mayores de cosas tan fundamentales para la vida plena, como el empleo o la responsabilidad política. ¿Alguien puede creer que una persona septuagenaria no puede hacer un trabajo con entusiasmo, desarrollarlo con excelencia, colaborar en el triunfo de un proyecto o acceder a un cargo de representación política?


Lo cierto es que asistimos a un fenómeno totalmente nuevo, revolucionario y definitorio del siglo XXI: el envejecimiento poblacional. Los procesos de industrialización, urbanización y modernización social, junto a los enormes avances tecnológicos, científicos y sanitarios han provocado la disminución de las tasas de natalidad y mortalidad que, acompañadas por el aumento de la esperanza de vida, se han constituido en las dos fuerzas causales de este hecho demográfico inédito en la historia de la Humanidad.


Desgraciadamente, desde el punto de vista cultural, ha persistido una visión errónea de la vejez que identifica a las personas mayores como un grupo poblacional supuestamente homogéneo caracterizado por la inactividad, la improductividad y la dependencia, condicionando de este modo el papel social de los adultos mayores. Contrariamente, la realidad es que esperanza de vida cada vez más alta y las mejores condiciones físicas y mentales de las personas mayores para continuar trabajando han generado un grupo cada vez más importante de población con potencialidad para continuar realizando actividades productivas y contribuir significativamente al desarrollo y bienestar de la familia y de la sociedad. Pero la sociedad les impide el paso y las conduce a un ostracismo injusto e irracional.


En definitiva, las personas mayores han cambiado mucho, pero la sociedad no ha modificado la imagen que tiene de ellas. Y los efectos de esta discriminación por la edad influye negativamente en las personas mayores a nivel cognitivo, emocional y conductual y las puede llevar a la depresión.


La vejez no es una enfermedad, estimados lectores, sino una fase natural de la vida, y, en consecuencia, deberíamos ser capaces de construir una sociedad apta para todas las edades. Hay que enfocar la construcción social alrededor del envejecimiento de la forma más justa e inclusiva que se parezca más a la "venerable ancianidad" de Noruega ─el país con el mejor índice de percepción de bienestar social y económica─ que el de Tanzania, que ocupa el último lugar de este ranking.


Por ahora, la imagen social de las personas mayores es pobre e incluso ausente. En una sociedad individualista como la nuestra, cumplir años se relaciona con más posibilidades de vivir en soledad, por lo que el aislamiento social ha alcanzado la categoría de problema de salud pública en Occidente. Una sociedad que no reconoce el talento, la belleza y la sabiduría de las personas mayores es una sociedad insensata.


Los ciudadanos concienciados debemos contribuir a transformar la sociedad en una sociedad para todas las edades, con el objetivo de que las personas de edad avanzada tengan la oportunidad de seguir contribuyendo al progreso social. Para trabajar por la consecución de este objetivo es necesario eliminar todos los factores excluyentes o discriminatorios en contra de estas personas.

Sin embargo, la vejez no es una situación homogénea, ni mucho menos, cada persona envejece de forma diferente y conserva diferentes potencialidades que pueden contribuir a mejorar la sociedad.


A finales de los noventa, la Organización Mundial de la Salud completó su estrategia a favor del «envejecimiento saludable» adoptando la terminología de «envejecimiento activo» para remarcar la importancia de otros factores importantes, además de los sanitarios, como determinantes en el proceso de envejecimiento saludable. El concepto de envejecimiento activo no se asimila únicamente a la actividad laboral, sino que hace referencia a un proceso de participación continua en las cuestiones sociales, políticas, económicas, culturales, espirituales y cívicas.


El sueño de la juventud eterna es uno de los falsos mitos contemporáneos. El esfuerzo denodado para permanecer siempre jóvenes puede implicar una absurda desafección respecto a la madurez que convierte alocada ante la realidad que todos estamos abocados a envejecer de mejor o peor manera.


Debemos caminar hacia una sociedad donde la inteligencia y la sabiduría de nuestros abuelos sea cada vez más valorada, al igual que la de los ancianos en Japón o los ancianos aborígenes de Australia, que son venerados por los más jóvenes desde hace milenios.


La riqueza de un país no se mide por sus materias primas o su industria sino por su capital humano y el conocimiento que todos los ciudadanos (incluyendo ancianos) pueden aportar para el desarrollo social y económico.


Denunciemos las conductas etnocéntricas que lleven al individualismo y la pérdida de lazos solidarios y que reflejan una sociedad más preparada para recibir que para aportar.


Posicionarse en contra del Adanismo implica conservar una visión no sesgada de la realidad que reconozca la insustituible contribución de las personas mayores para el futuro de las próximas generaciones.

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