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​El Parlament de Catalunya no es una taberna

Manuel Fernando González Iglesias


Lo pudimos ver, en vivo y en directo: el Parlament de Catalunya se convirtió, por obra y gracia del President de la Generalitat y varios parlamentarios y parlamentarias, en un lugar insospechado para la bronca y los peores instintos políticos, que nos avergüenza a todos los catalanes y nos conduce hacia una callejón sin salida si no se rectifica el rumbo pronto.


Supimos en el pasado reciente hacia dónde llevan estas situaciones de malos modos: cuando sufrimos la Declaración unilateral de independencia -de efímera vigencia-, cuyas nefastas consecuencias en este mes de octubre recibirán una respuesta legal en forma y modo de sentencia dolorosa y difícil de acatar para los independentistas y constitucionalistas que no fundamentan sus creencias políticas en la pura y simple eliminación del adversario.


Unos y otros tendremos una difícil y larga tarea para recomponer los vidrios rotos por aquellos mediocres como Puigdemont y Torra, a los que su ambición disfrazada de patriotismo ha llevado a la fractura social de sus conciudadanos y enfrentamiento con el resto de los españoles; despropósito que siguen alimentando para desgracia de unos presos que siguen en la cárcel y unos gudaris jóvenes a los que han invocado reiteradamente sin rubor, para su desgracia y las de sus familias, que ayer mismo ingresaron provisionalmente en Soto del Real. Tirar la piedra y esconder la mano, en un Estado de Derecho que se precie como tal, acaba irremisiblemente delante de un Juez, que lógicamente tiene la obligación de abrir un sumario y decretar unas actuaciones.


Un aparte merece la actuación parlamentaria de los dirigentes de Ciudadanos, que han resumido toda su ideología política en defendernos a los constitucionalistas de un riesgo vital, que personalmente -sin que sirva de precedente- yo no sufro. No me gustará el tono y sobre todo la mala acción de gobierno de los dirigentes de la actual Generalitat, ni tampoco sus discriminaciones informativas y publicitarias evidentes, pero de eso a que me hayan infundido miedo hay un trecho. Y lo digo con el conocimiento de causa de mi difícil etapa como periodista en los años que me tocó ejercer mi oficio durante la tardo-Dictadura.


Por eso, a las hijas e hijos políticos de Rivera, les ruego respeto y moderación en el debate. Vds. deben, más que nadie -que dicen representar a los afectados por las malas artes indepes- mejorar sus formas, cuidando especialmente el lenguaje, por mucho que el Sátrapa de la Plaça de Sant Jaume les caliente como a mí mismo el alma democrática. Este país es una Democracia con mayúsculas, y los demócratas debemos ser, sobre todo, prudentes. Buscar el voto de los iracundos es echar sal sobre un terreno sembrado de hortalizas. Para entendernos: es privar a los catalanes que comienzan su andadura en la vida de cualquier posibilidad de desarrollar sus inquietudes en la tierra en la que han nacido. Esos votos, cada vez menos, que Vds. consigan, son pan para hoy y hambre política para un mañana inmediato. Piénsenselo.


Y los que están en la sombra agazapados y mueven los hilos creando problemas donde no los hay, tengan la seguridad de que, antes o después, les pasará como al "intocable" Villarejo, que se pasó de listo fabricando historias falsas y ha acabado en la cárcel enviado por un Juez. Tiempo al tiempo.


Mientras tanto, Señorías, sin acritud, quédense con la sabiduría popular que encierra hoy nuestro modesto titular: El Parlament de Catalunya no es una taberna.


'El Parlament de Catalunya no es una taberna' es un original de catalunya.es

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